La trampa benefactora
Chile ha caído en la trampa benefactora. Es cosa de ver a los políticos de derecha arrebatando las banderas redistributivas de la izquierda
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Axel Kaiser
En 1966, Alan Greenspan, por entonces un acérrimo crítico de los bancos centrales, afirmaba que la característica distintiva de los estados de bienestar era un crónico gasto fiscal deficitario.
En un artículo titulado Gold and Economic Freedom, Greenspan argumentó que el padrón oro era la única forma de contener la voracidad de las fantasías benefactoras progresistas y que el estado de bienestar no era más que un mecanismo a través del cual los gobiernos confiscan la riqueza de sectores productivos de la sociedad para financiar una variedad de programas de bienestar con el objetivo de permitir a los políticos estatistas mantenerse en el poder.
El Maestro, como se le apodó cuando presidía la Reserva Federal, desde luego, tenía toda la razón. Si usted echa un vistazo a casi cualquier estado de bienestar en el mundo, se va encontrar con un gasto público deficitario crónico y obligaciones sociales futuras que la mayoría no va a poder pagar. Nada de esto, por cierto, ocurrió de la noche a la mañana. Si Europa y Estados Unidos hoy no saben cómo cuadrar sus cuentas sin generar trastornos mayores, es porque en el transcurso del tiempo, en el afán de ganar elecciones, sus políticos prometieron beneficios a todo el mundo hasta llegar a un punto en que se les acabó el dinero ajeno. Esa es la trampa benefactora y funciona de la siguiente manera: el ideologismo de políticos estatistas se suma a las ansias de mantener el poder de todos los demás, por lo que se comienza con pasos redistributivos que al principio parecen sensatos. Como los recursos son limitados pero las necesidades no, una vez que se abre la puerta a la lógica de que el Estado debe satisfacer las necesidades de un grupo Y no hay razón para que no lo haga también con el grupo X igualmente necesitado. Así se instala progresivamente entre la población la mentalidad de que el gobierno está ahí para cubrir sus necesidades, lo cual hace de paso irresistible para políticos de todos los sectores caer en la competencia de quien ofrece más del dinero ajeno. Como consecuencia, los grupos favorecidos al principio se agrandan, otros nuevos se incluyen y el nivel de los subsidios crece junto con el tamaño del Estado, el que debe meter la mano cada vez más en el bolsillo de quienes producen para proveer de justicia social. Como se ve, la dinámica benefactora es perversa en un doble sentido: por un lado, genera redes y expectativas asistencialistas improductivas pero electoralmente rentables, y por otro, castiga a quienes producen tomando cada vez más de sus ingresos.
Chile, estimado lector, ha caído en la trampa benefactora. Es cosa de observar a nuestros políticos de derecha arrebatando las banderas redistributivas de la izquierda para darse cuenta. Y es que, como dijo Ricardo Lagos Weber en una reciente entrevista en este medio, la lucha ideológica la ganaron ellos. Usted podrá decir que ahora estamos bien, que las cuentas están sanas. Pero el problema es dónde vamos a terminar en 20 años si seguimos así. Yo me atrevo a anticipárselo siguiendo a Greenspan: con crónico gasto fiscal deficitario, estancamiento económico y crecientes conflictos sociales derivados de la imposibilidad de cumplir con las promesas realizadas por décadas.